En caso de duda, siempre una mentira.
Hablemos del fútbol actual y en concreto de los padres de la Liga. Hace casi treinta años que veo fútbol y mis primeros recuerdos se remontan al Mundial de España del ‘82. Es evidente que la ingenuidad con la que por entonces me tomaba aquello me convertía en un fiel creyente de que todo lo que ocurría dentro y fuera del campo era real, simplemente verdadero. Pero todo caduca. No sé si ha sido el inconformismo adquirido de forma natural con la edad o la disolución de valores que empaña nuestros tiempos, pero el caso es que toda aquella credulidad –patológica, diría yo- ha quedado tirada por tierra. Su lugar ha sido ocupado, con plena autoridad además, por la convicción del “todo vale” y, peor aún, por la escenificación del aplauso público ante cualquier estratagema que lleve al triunfo, sean cuales sean los daños colaterales desperdigados en las cunetas del trayecto.
Hablemos de hechos consumados. Empezaremos por la Casa Blanca. Recuerdo como si fuera ayer la primera legislatura de Florentino Pérez. La cosa pintaba bien porque la bandera del proyecto era el retorno al señorío y la excelencia de antaño. Claro que tal propósito era fácil de pronunciar y realmente difícil de ejecutar. Hasta se editó un libro blanco que apelaba al espíritu de aquel Madrid de las seis Copas de Europa como código de conducta para todos los integrantes de la entidad, desde el utilero al Presidente de Honor, pasando por el propio Beckham que, sin saber ni papa de español, ni ganas, lo asumía como manual de cabecera, siempre al alcance en su mesita de noche. De aquello ya no quedan ni las tapas. Se ha pasado de invocar al espíritu de Bernabéu, a abrirle la puerta del corral al mamporrerismo más chabacano contra todo lo que se mueva y no tenga aroma a merengue. Mourinho es un entrenador excelente e increíblemente competitivo. No lo digo yo, de eso ya se encarga su impresionante currículum. Otra cosa bien diferente es que su método encaje con la filosofía madridista tradicional: el señorío, recordémoslo. Vamos, saber encajar las derrotas por encima de todas las cosas, donde guardar la compostura resulta más complicado. En definitiva, que si Del Bosque representa a la perfección esos valores –no lo digo yo, lo dijo el actual presidente blanco- y el actual campeón del mundo está en las antípodas de Mou, la cosa está clara: o el Madrid ha pasado a un modo 2.0 open bar del que nadie nos ha informado, o el portugués es una ficha perdida en el puzle madridista.
Crucemos ahora a la otra acera. Durante estos últimos tiempos me ha pasado repetidamente por la cabeza una curiosa estampa. Me imaginaba a Nicolau Casaus, caballero barcelonista donde los haya, disfrutando como un niño con las delicias de su equipo sobre el césped y a la vez tapándose los ojos para no ver nada de lo que ha venido sucediendo en la última época en el palco blaugrana. La auditoría encargada por la directiva actual desveló que se había producido un “presunto” desfalco de proporciones “caucásicas” a cargo de la cúpula anterior. Ni corta ni perezosa se lanzó a estrechar la mano de un país como Uzbekistán –al que se asoció comercialmente-, al que cuando se le pregunta por los derechos humanos responde: “Uy, por derechos no me viene nada, lo siento”. Todo ello mientras se presumía de ser la única camiseta del planeta que cedía su espacio publicitario a una causa solidaria a coste cero, defendiendo ese “més que un club” tan recurrente.
Con el lavado de cara de Rossell los pronósticos éticos y estéticos invitaban al optimismo. Con su llegada la transparencia, la modestia y los segundos planos se habían convertido en la madre del cordero de la actualidad culé. Hasta que llegó el genio de la lámpara y concedió un deseo al Barça: “Te suelto un pastón de agárrate y no te menees si al eslogan le añades la palabra Fundation, y a correr”. Dicho y hecho. La pifia ha sido histórica porque ni en sus mejores sueños hubieran conseguido tener una coartada tan sólida como la actual -la caja está seca-que se han esforzado en desacreditar. La profanación de la camiseta hubiera podido explicarse de forma simple y sencilla: “Socis: No tenemos ni un duro y la junta ha tenido que avalar los presupuestos con su patrimonio. Si queréis que el maestro Guardiola siga dando clases a nuestros niños prodigio debemos vender la publicidad de las camisetas”. Acompañas el discurso con un par de gráficas -formato Excel, a poder ser- al estilo “esto es arriba” –estado actual- y “esto es abajo” –a dónde vamos si no trincamos- y todo el barcelonismo baila una sardana.
Pero no. Con una demagogia parvularia y un maquillaje comprado en los chinos, ha montado una teoría a lo ‘Assange es un violador’, que incomodaría al mismísimo Berlusconi. Que si no es un sponsor comercial, que se trata de un acuerdo con una entidad benéfica que se asocia a la marca Barça... Claro, la altruista presidenta de la primera ONG de la galaxia que paga en lugar de recaudar, es la hija del emir de Catar (recordemos que la Q se la ha quedado la RAE); un detalle sin trascendencia. Vamos, un despelote de sandeces indigeribles. Y la cosa no acaba aquí. Resulta que Sandro Rossell es el propietario de una empresa de gestión deportiva cuya sede radica en ese mismo emirato. Razón por si sola más que suficiente como para apuntalar bien la operación, sin dejar ni un solo poro para la especulación sobre la posible utilización fraudulenta –una vez más- de la imagen del club en beneficio de los intereses particulares de sus gestores.
Si estas dos entidades son los referentes del balompié de casa, la conclusión es evidente: mentir, falsear y contradecirse son elementos consustanciales al fútbol actual, reproduciendo en el espejo del deporte lo que es moneda de curso legal en el resto de la sociedad.
Héctor Romero.
http://hacheseescribeconhache.blogspot.com
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jueves, 16 de diciembre de 2010
El Hachazo de Héctor Romero
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